Todos sabéis que quiero muchísimo a Belén, la de Carta Urgente, anoche me pidió un favor...que publicara en mi rinconcito "algo" escrito por una de sus mejores amigas, Sofía.
La historia que tenéis a continuación es de Sofía una joven que le gusta muchísimo escribir y que confía en ver algún día sus libros publicados.
Así que como es costumbre en este rinconcito....
Tachánnnnnnnnnnnn
Las cortinas de Mi Rosa de los Vientos se abren... para que entre en vuestros corazones...esta bellísima historia que Sofía ha dedicado con todo su cariño a Belén... mi duendecilla...
El sol entraba con fuerza por la ventana de la consulta aquella mañana. Ella apoyaba el hombro en la pared mientras observaba el vaivén de la gente en la calle y se preguntaba que clase de persona entraría en unos minutos por la puerta. Había oído miles de cosas y guardaba en su mente miles de historias. Su trabajo consistía en sentarse y escuchar, casi como si en la inscripción de la puerta pusiera “Pasa, soy la amiga que buscas”.
Alzó una mano y notó el calor de los rayos que la hicieron cerrar los ojos y desear estar en su playa, frente en su mar, hablando con él. Porque allí y sólo allí, ella era la paciente, la que contaba sus historias. Se sintió agotada e impaciente. Hacía mucho que soñaba despierta con una vida que no tenía. Sabía que no podía quejarse. Tenía una familia maravillosa, un buen trabajo, salud y buenos amigos. Pero le faltaba una ilusión, un cosquilleo en el estómago que la hiciera querer correr hasta la puerta después de la jornada laboral. Quería sentarse delante del espejo y arreglarse para alguien más que para ella. Pero desde que él se fue un día, llevándose toda su fe y sus sueños con una sola frase, los pocos príncipes que había conocido, había resultado ser rana tras el primer beso.
Suspiró con tristeza al oír los dos golpes secos en la puerta que le devolvían a la realidad. El próximo paciente había llegado.
Anduvo con calma hasta su escritorio y se sentó. Le hizo pasar justo cuando tenía su historial médico en la mano: Alexandro Garay, 27 años. Trastorno del sueño.
Se acordaba perfectamente de Alexandro. Era un chico alto y atractivo que aparentemente no tenía ningún problema, pero era incapaz de dormir. Lo había intentado con relajantes, con deporte, con remedios caseros y nada. Así que todas las semanas llegaba a consulta, se sentaba y le contaba a Belén todas sus preocupaciones, intentando encontrar en ellas la explicación a su insomnio.
Alex, como él le había pedido que le llamara un millón de veces, tenía un vida muy interesante. Era un chico con grandes aspiraciones y bonitos sueños. Estaba diplomado en historia del arte, hablaba cuatro idiomas y trabajaba en una importante empresa del sector turístico. Algo que adoraba porque su sueño era viajar por todo el mundo.
Él pasó a la consulta con su gran sonrisa. Tenía una barba incipiente de un par de días y sus grandes ojos oscuros la miraban con alegría. Ella le admiraba. Las personas con ese tipo de problemas solían padecer mal carácter y tener cambios de humor constantes. Pero él no era así, era todo lo contrario. Un chico saludable, atento y amable que siempre parecía estar feliz. Ella quiso saber cómo lo conseguía.
- Es cierto, no duermo. - Contestó Alex mientras se tumbaba en el sofá. - Pero tengo salud, una bonita vida y un montón de cosas que hacer ¿por qué debo estar triste? Ya tendré tiempo de dormir cuando muera
- Y si tiene todo eso ¿Por qué no consigue descansar?
- Dígamelo usted. - sonrió ampliamente. - Es la psicóloga ¿no?
- Sí. Pero con su caso no sé que hacer. - se sinceró. - He consultado todos los casos de insomnio que he tratado y a todos les encontré tratamientos efectivos menos al suyo. No sé que hay en su mente que no le deja dormir.
- Quizás la pregunta es qué no hay. - ella le miró sorprendida. - A veces pienso que soy demasiado ansioso, que lo quiero todo para ya. Y cuando las cosas tardan en aparecer, me ponen nervioso.
- ¿Qué es lo que no aparece en su vida? - quiso saber Belén llena de curiosidad.
- La paz, la tranquilidad. - sonrió divertido. - Voy a cien todo el tiempo. Mis pensamientos van a más velocidad de la permitida. Sólo aquí sentado soy capaz de echar el freno un poco.
- Entonces me deja más tranquila. A veces pienso que se estás gastando el dinero en algo que no le está dando resultados.
- No diga eso. Visitarle me relaja. Me ayuda a parar y pensar dónde estoy, qué es lo que quiero y sobretodo, quién soy.
La miró con intensidad, él no solía mirarla nunca excepto cuando saludaba, y ella se sintió intimidada. Belén había intentado encontrar los ojos de él en cada consulta, ver a través de ellos, buscar una solución en su mirada, y él nunca la dejaba, hasta entonces. Sintió un pequeño escalofrío que intentó disimular. Carraspeó y se dijo a si misma que tenía que volverse menos empática. Siempre se metía demasiado en las historias y las terminaba haciendo suyas. Ya desde que estudiaba, se habían hartado de aconsejarle que no lo hiciera, pero ella era así, no lo podía evitar.
- Entonces, podríamos decir que mi consulta es como un gran espejo para usted ¿no?
- Más o menos. - él volvió a sonreír y a llevar su mirada al techo. - Quizás me falta alguien como usted en mi vida.
- Estoy en su vida, Alex, soy su psicóloga.
- Me refiero en un sentido más personal.
- ¿Perdón? - ella se removió en su asiento.
- Doctora, relájese. - él rió a carcajadas. - No le estoy proponiendo nada raro. - se puso más serio para continuar. - Quiero decir que no tengo amigos. Al menos, amigos de verdad. Gente que se siente a escucharme como lo hace usted. Pero sin cobrar claro. - se rió de nuevo.
Ella le miró con media sonrisa. No sabía si reír su broma o sentirse apenada por él. Tenía una vida fantástica y un millón de sueños, pero no tenía con quién compartirlos.
- Una vez vi una película en que el protagonista busca la felicidad viajando consigo mismo, hasta que se da cuenta de que si no comparte esa felicidad, no sirve de nada. - explicó ella de una forma mucho más coloquial de lo que su posición debería permitirle.
- Es paradójico. - respondió él. - Es como si mi cuerpo no me dejara dormir para que no pueda seguir soñando. Ya no me caben más sueños si no tengo dónde apoyarlos.
Belén estaba sorprendida. Habían girado la conversación hasta convertirla en una charla de amigos. Sin embargo no se sintió incómoda, más bien todo lo contrario. Su mente volaba y ella ni siquiera intentó seguirla. Simplemente se limitó a ser ella misma, dejando a un lado su profesión y hablando desde su pecho, desde su alma.
- ¿Qué le parece si le regalo la próxima visita? - le dijo soltando su expediente en el escritorio.
- No quiero que haga eso. - respondió él irguiéndose hasta quedar sentado.
- ¿Ni siquiera si me la paga invitándome a un helado?
Alex la miró de reojo, sin comprender demasiado qué quería decir.
- ¿Qué me está proponiendo?
- Que quizás hemos dado en el clavo. Si lo que necesita son amigos, le propongo una nueva terapia. Dejemos la bata en casa y salgamos a tomar algo como amigos. Podrá contarme lo que quiera como haces aquí, pero sin pasar por caja al final.
- ¿Lo dice en serio? - él sonreía incrédulo.
- Sí. Pero es sólo una terapia. Algo que no hemos probado todavía.
- Está bien, formal pero con informalidad. Me gusta. - ambos rieron.
- Entonces la semana que viene a la misma hora pero en distinto lugar.
- ¿Dónde?
- Bueno, eso lo dejo a su elección. Lléveme dónde más cómodo se encuentre.
- Está bien. Lo pensaré, llamaré a la consulta y le diré el lugar.
- De acuerdo. - ella se levantó y alzó su mano hacia él. - Hasta la próxima, Alex.
- Hasta la semana que viene, Belén. - apretó la mano de ella con firmeza.
Era la primera vez que un paciente le llamaba por su nombre, pero no le sorprendió, en definitiva había sido ella la que había dado una mayor confianza a aquel chico. No estaba segura de que su problema se fuera a solucionar tomando un helado con él, pero no perdía nada por intentarlo. Era su filosofía de vida, tender la mano a quién la necesitara, aunque tuviera que innovar en las técnicas. Quizás por eso se hizo psicóloga, era una manera de encauzar su forma de ser a un terreno profesional y así tener un trabajo que le gustara. Y la realidad era que lo adoraba.
Al final del día llegó a casa agotada. Saludó y cenó un poco. Apenas tenía ganas de nada más que dormir cuando llegó a su habitación, pero aún así pasó a saludar a sus amigos. Dejó que el ordenador se iniciara mientras se daba una ducha. Y más tarde se sentó a conversar con ellos.
Sentarse delante de aquellas teclas era su propia terapia. Era como estar frente al mar pero menos relajante, pero a diferencia del agua, las personas al otro lado de la pantalla podían contestarle.
Habló con los de siempre. Saludó a las chicas y compartió con ellas su día. Eran como su diario, como esa página en blanco a quién le cuentas todo lo que has vivido durante el día y lo que has sentido en cada ocasión. También ellas compartían sus historias con ella, pero no era como en el trabajo, era divertido. Solía reír y relajarse con ellas, con sus locuras. Se sentía feliz y tranquila.
A veces deseaba tenerlas a su lado, como aquel mismo día, en el que los abrazos cibernéticos eran demasiado poco para lo decaída que se sentía. Y es que al otro lado de la pantalla, también estaba él. Siempre él. Un amigo de hacía años, que la acompañó cuando su gran amor se fue, pero que un día se perdió en un bosque oscuro y frondoso y se dejó atrapar por la pena y la desidia. Y ahora no hacía más que lamentarse y hundirse en vez de luchar y volver a ver la luz. Ella siempre había estado a su lado, incluso cuando sabía que él no lo merecía, pero era imposible dejarlo en la estacada. Por mucho daños que le hiciera a veces, él un tiempo fue su compañero, su protector, y Belén sentía que debía estar con él pasara lo que pasara. Sin embargo había aprendido a llevar una coraza y separar su vida de la de él. Jamás lo dejaría solo, pero no podía aceptar que los problemas de él, se terminaran convirtiendo en pesadillas para ella. Aún así, su decisión los había distanciado, y su relación ya no era la de antes, y eso la apenaba, por siempre lo haría.
Pasaron los días con su habitual monotonía. Trabajo, playa, casa... lo mismo de siempre. Sin embargo, esa semana recibió una llamada que la hizo tener algo en lo que pensar. Alex telefoneó a la consulta y le indicó el lugar de su próxima cita. Sería en la torre blanca, símbolo de la ciudad.
Llegó el momento de ir a innovar técnicas junto a su paciente. Habían quedado fuera del horario del trabajo para estar más tranquilos, aún así, acordaron que sólo estarían juntos una hora. No podían olvidar que era pura terapia o no serviría de nada. Sin embargo, belén estaba nerviosa, quizás fuera por romper la monotonía o quizás porque sabía que estaba sobrepasando la línea de la profesionalidad, pero quería intentarlo, quería ayudar a Alex a terminar con su problema.
Belén agradeció que el lugar de encuentro fuera aquel porque tenía la costa justo a unos metros y a ella le encantaba cerrar los ojos y respirar aquel aroma. Se sentó en un banco junto a la torre mientras su paciente aparecía. Ojeó su móvil un par de veces para mirar la hora y recordó que en el despacho había recibido un correo electrónico de su amigo en el que simplemente le decía hoy no estoy bien. Ella se preguntó qué día sí lo estaba y suspiró. Él era claramente su asignatura pendiente.
- ¿Está bien, doctora? - Alex la miraba desde arriba, tenía la frente arrugada. Ella pensó que era mucho más alto de lo que le recordaba, pero esta vez parecía más cansado. - Parece triste.
- No se preocupe, estoy bien. - se levantó y le obsequió con una sonrisa como saludo. Guardo su móvil en el bolsillo. - ¿Empezamos la consulta?
- Claro. - él recuperó su alegría a pesar de sus ojeras. - Entremos en la torre. Sabe que es un museo de historia ¿verdad?
- Sí, no es la primera vez que vengo.
- Pero esta vez es diferente. - le aseguró él. - Hoy tiene guía particular.
Ambos se pusieron en marcha y a los pocos minutos, Belén comprobó que él decía la verdad. Aprovechó su profesión y sus conocimientos para contarle todas las historias que rodeaban a la torre. Incluso mucho más de las que las paredes del museo contaban interactivamente. Veinte minutos más tarde habían llegado a la cima y contemplaban una maravillosa vista de la ciudad y del mar.
- Gracias por la clase de historia. Es realmente bueno, no me he aburrido nada. - bromeó ella.
- Me alegro. Es mi pago por tomarse estas molestias conmigo
- Pero si soy una mala psicóloga. Aún ni le he preguntado por sus noches esta última semana.
- Mis noches como siempre. Me duermo dos horas, me despierto y no hay nada que pueda hacer para volver a dormir. - la miró con tristeza. - Debo confesar que últimamente me estoy preocupando, me siento mucho más agotado que de costumbre.
- Si no descansa, es normal.
- Tengo esperanzas en que esto salga bien. - le sonrió de medio lado. - Pero aún le debo un helado.
Bajaron los pisos de la torre con celeridad, intentando apurar el tiempo, y se sentaron a tomar un helado frente al mar. Ella llenó sus pulmones con ganas.
- ¿Le gusta? - preguntó él.
- Me encanta. Me relaja muchísimo. No sabría vivir mucho tiempo sin mar.
- Yo tampoco. Pero me gustaría llevarme un tiempo viajando por el mundo, conocer lugares distintos, culturas diferentes, conversar con la gente y en definitiva, llenarme del mundo.
Belén lo miró como si fuera la primera vez que lo veía. Le pareció más interesante que nunca, más atractivo que cualquier otra vez que lo hubiese mirado. Deseó conocer más de él, y justo en ese instante, se lo negó a sí misma.
Era griego, ella no quería conocer más a fondo a ningún chico de Salónica o de cualquier parte del mundo que no fuera su antigua casa. Por muy guapo e intrigante que fuera. Había tenido que emigrar a Grecia por el trabajo de su padre. Cumplió con su obligación y estudió una carrera. Luego encontró un trabajo que no pudo rechazar, pero se negaba a seguir allí el resto de su vida. Deseaba volver a su tierra. Echaba de menos España, sus costumbres y su gente. No quería encadenarse a una vida para siempre en aquel lugar.
- ¿Qué ocurre? - Belén salió de sus pensamientos y miró al chico que la observaba con la cabeza ladeada. - De repente se ha ido a otro lugar. Se ha puesto seria.
- Han sido sus palabras. - le explicó ella. - Me han hecho viajar mentalmente a mi pasado.
- ¿Y cuál es tu pasado?
Alex había usado el “tu” a conciencia. Estaba claro que deseaba una conversación menos formal. Pero ella pensó en sus miedos de nuevo y miró su reloj.
- Lo siento Alex. Esta es su terapia, no la mía. Y además, el tiempo se ha agotado.
- Tiene razón. - volvió a hablarle de usted y le sonrió con comprensión. - ¿Nos vemos la semana que viene en la consulta?
- Si esto no funciona y quiere seguir visitando a una psicóloga que no da con su problema, allí estaré. - bromeó Belén.
- No importa que esto no funcione. - se levantó y miró al mar. - Sé que sus consultas me ayudan, y terminaremos encontrando la solución.
- Gracias por confiar en mí.
- No tiene por qué darlas.
Alex le volvió a sonreír y se despidió de ella hasta la siguiente semana. Belén decidió quedarse un rato más junto a su mar, necesitaba conversar con él.
Se acercó al paseo y se sentó en el filo, con los pies colgando hacia el agua. Él sol estaba bajo y ya a penas calentaba. Se fijó en las gaviotas, en los pocos barcos que se veían y se concentró en el aroma, la brisa y el sonido de aquel lugar. Sintió que tenía que desahogarse. Sacó su móvil y abrió el bloc de notas. Empezó a escribir como siempre que se sentía agobiada. Las teclas volaban y las palabras salían solas. En cuanto terminó, corrió a casa y colgó todo aquello en su rincón para gritar: su blog.
Después de ducharse y cenar, corrió a la habitación y conectó el ordenador. Sus amigas habían leído su blog y estaban deseando saber qué le ocurría. Estaban preocupadas por ella, y eso a ella la calmaba, la llenaba de tranquilidad. Sabía que cuando escribía su carta urgente, siempre había un pepito grillo que la recogía y le intentaba mostrar los caminos que ella no veía cuando se ofuscaba.
- Pero vamos a ver ¿cuántas veces lo vamos a hablar, belén? - le preguntó su amiga. - Sé que quieres volver, pero no puedes hipotecar tu vida sólo por eso.
- Lo sé, pero ya sabes el pánico que me da amarrarme aquí.
- Entonces me estás diciendo que si un día tienes delante al hombre de tu vida ¿lo vas a dejar pasar por qué quieres volver a España?
- No es eso... yo que sé, ya sabes como soy.
- Por eso, por como eres, te mereces algo bueno de una vez. Te mereces volver a ilusionarte, volver a soñar, a enamorarte...
- Él me hizo tanto daño...
- A él ya le has perdonado. Hace mucho que lo hiciste y tienes que seguir adelante.
- Pero también está...
- No. Esa persona no tiene derecho a interferir en tu felicidad. Acepto que no le dejes, que te preocupes por él, pero por favor, no dejes de mirar por ti sólo por él.
- Sería un palo para él.
- ¿Y qué sería para ti?
Belén sabía que su amiga tenía razón. A veces se metía tanto en los problemas de los demás que se olvidaba de los suyos propios. Incluso, aún peor, se auto culpaba de algunos problemas de sus amigos, sólo porque no encontraba solución para ayudarles. Pero al menos tenía esas voces que todas las noches la devolvían a la realidad.
Después de aquel día, Belén pasó toda las semana dándole vueltas a su próxima consulta con Alex. No sabía cómo reaccionar. Quizás él merecía que fueran amigos, dejando a un lado cualquier pensamiento extraño que a ella se le pasara por la cabeza. Además, había sido idea suya intentar pasar de ser su psicóloga a ser su amiga, él no tenía culpa de sus miedos. Pero era su paciente, y por nada del mundo quería romper su profesionalidad.
El día de la consulta, se le instaló un extraño nerviosismo en el cuerpo. Temía que él se hubiese molestado y no apareciera. Tenía que controlar su mente, parar a su imaginación y relajarse. La sorpresa fue mayor cuando sonaron los golpes en la puerta y sus nervios aumentaron en vez de apaciguarse. Alex entró sonriente como siempre y la miró con su alegría.
- Buenas tardes, doctora.
- Buenas tardes. - contestó ella con un leve tembleque en la voz. - ¿Cómo está hoy? ¿dio resultado?
- No mucho, lo mismo de siempre. Un par de horas y poco más.
- Lo siento. - dijo realmente decepcionada. - Entonces, ven y siéntate. - le señaló el sofá rojo de la sala.
- No voy a sentarme ahí.
- ¿Por qué? - Belén le miró extrañada.
- Hoy quiero cambiar el ritual. - le explicó él. - Será usted la que se siente.
- ¿Qué? - ella no salía de su asombro.
- Belén. - La miró fijamente. - Siéntate tú, por favor. Llevo toda la semana dándole vueltas y si queremos que la nueva terapia salga bien, tienes que poner de tu parte. Así que, hazme el favor de tumbarte aquí y contarme qué te preocupa.
Le había hablado con ternura, casi como un padre. Había dejado las formalidades y se lo había pedido por favor. Una voz escandalosa dentro de ella le gritaba que no lo hiciera, pero se había sentido envuelta en las palabras de él y su corazón la empujaba despacio hasta aquel sofá. Después de sentarse le miró con inquietud.
- Alex, sólo era una terapia.
- Una terapia incompleta. - le aseguró mientras se sentaba en el sillón de escuchar, como a belén le gustaba llamarle. - Te dije que en mi vida faltaban amigos y te ofreciste a serlo tú. Ahora no puedes dejar a medias mi receta. Y para que seas mi amiga, yo debo ser tu amigo también.
- Esto no es profesional... - se lamentó Belén en voz alta.
- ¿Y qué? ¿tanto te importa? - el chico la obligó a mirarle a los ojos. - Inténtalo, hazlo por mí. Necesito dormir, estoy bajando mi rendimiento en el trabajo, ya me han advertido un par de veces y estoy desesperado. ¿Qué perdemos por probar?
Ella le miró con remordimientos. Llevaban meses intentando encontrar una solución para él y no lo habían conseguido. Y en vez de seguir intentándolo, se había rendido hasta tal punto que el chico parecía estar suplicándole ayuda. Se sintió fatal consigo misma, esa persona no era ella. Recordó a su amiga aconsejándole cada noche que hiciera lo que hiciera, nunca perdiera su identidad, su forma de ser, porque era lo más auténtico que tenía.
Miró a un lado y se vio reflejada en un espejo. Desde que su ex se marchó, se llevó con él su seguridad, su autoestima y por lo visto, hasta su valor. Pero ya hacía mucho tiempo de aquello, tenía que recuperarlos, se lo debía a sí misma.
- Está bien, lo haré. - le dijo sin estar muy convencida. - ¿Qué quieres que te cuente?
- Lo que te de la gana. Pero esa no es la postura adecuada. - Alex se levantó un momento y la agarró con delicadeza por los pies para llevarlos hasta el sofá y dejarla tumbada. - Ahora sí, perfecto. Empieza cuando quieras.
- No sé por dónde empezar. - se puso un brazo sobre la frente.
- Empieza por lo que te preocupa. Últimamente estás muy seria.
- A ver... - suspiró y miró al techo. - Mis preocupaciones... - sonrió con tristeza y cerró los ojos. - Yo siempre estoy preocupada por algo o por alguien, no puedo evitarlo.
- Vale, seré más concreto. - le dijo él con tranquilidad. - ¿Qué cambiarías de tu vida?
- ¿De mi vida? - se quedó pensativa unos segundos. - Cambiaría la monotonía. Le tengo pánico. No quiero que mis días se conviertan en un ir y venir idéntico para siempre.
- Es normal, a todos nos da miedo eso. Pero sabes que depende de ti ¿verdad? Sólo tú puedes hacer que tu vida sea cada día diferente.
- Lo sé, pero no es fácil.
- No, no lo es. - sus palabras sonaban comprensivas, él debía sentir igual. - ¿Y qué añadirías?
- Una alfombra mágica. - él se rio y ella le miró con media sonrisa. - ¿Qué? ¿Sabes la libertad que me daría? Jamás volvería a sentir la monotonía. Y por cierto, no debes reírte nunca de un paciente. - le recriminó aún sonriendo y volvió a cerrar los ojos.
- Yo no soy psicólogo, intento ser tu amigo. - Belén apretó los párpados e intentó relajarse. - ¿Y qué harías con una alfombra mágica?
- Volver a casa. - suspiró.
- ¿A tu casa? ¿No te gustan los coches o el transporte público?
- No es eso. - no pudo evitar reír. - Me refiero a España. Deseo volver con toda mi alma.
- ¿Y por qué no vuelves?
- Ojalá fuera tan fácil como coger un avión y olvidarse de todo. Pero primero tuve que venir por la familia y ahora no puedo dejarlo todo y largarme a la aventura. Quizás sea una cobarde, pero no me atrevo. Si no tuviera nada aquí... pero prácticamente lo tengo todo.
- Imagino que es difícil. Yo che estudiado mucho de España y me fascina, pero nunca he ido. ¿Es bonito?
- Lo más bonito. Allí tienes todo lo que es necesario para ser feliz. Echo de menos sus costumbres, su comida y sobretodo su gente, su carácter...
- Es muy latino, como mi país.
- No. Grecia es muy diferente.
- Yo no soy griego. Nací en Turín, pero tuve que emigrar a Grecia cuando sólo tenía un par de añitos. - ella le miró sorprendida. - ¿De dónde crees que me viene el nombre y la afición por el arte? Sono italiano, ragazza. - consiguió una muy buena imitación del acento de su país de origen. - ¿En serio creías que era griego? ¿Tan bruto me ves? - se echó a reír.
- La verdad es que ahora que lo dices, no, tú no pareces tan rudo como los griegos.
- Para nada lo soy. Y te entiendo perfectamente cuando añoras tu país. A mí casi no me dio tiempo a cogerle cariño a Italia, pero lo llevo en la sangre. En casa se habla italiano y se siguen las costumbres de allí, y la verdad, yo tampoco quiero quedarme aquí para siempre.
- ¿Te gustaría volver a Turín?
- Ya sabes que me gustaría viajar por todo el mundo. Pero para asentarme sí, me gustaría volver a italia. O quizás España, ¿por qué no? tiene que ser un lugar fantástico para vivir.
Belén cogió aire profundamente y se quedó unos segundos sin soltarlo. De repente sintió que todo su cuerpo se ponía en tensión y se levantó de un salto. Anduvo rápidamente hasta la ventana, la abrió de par en par y respiro un par de veces el aire que entró. Luego fue hasta el escritorio y rebuscó su móvil entre los cajones. No había llamadas y aún quedaba tiempo de consulta. Se agitó nerviosa por toda la habitación ante la mirada atónita de Alex, que al cabo de unos segundos se levantó y la sujetó por los hombros.
- Basta. Me estás poniendo de los nervios. - le dijo con seriedad. - ¿Qué te pasa?
- Nada. - contestó ella sin querer mirarle a los ojos.
- Belén, tengo que decirte algo. - le buscó la mirada y ella tragó con fuerza. - Eres un poquito rara.
Ella le miró sorprendida y no pudo evitar echarse a reír a carcajadas. A Alex se le contagió la risa y dejó de sujetarla para volver al sillón y sentarse, mientras le señalaba el sofá a ella para que imitara su gesto y dejara de revolotear por la habitación.
Belén le miró. Era guapo, parecía buena persona, le encantaba su sonrisa y no le importaría vivir en España... sacudió la cabeza y se habló mentalmente. Deja de inventarte cuentos, Belén. Es sólo un paciente y esto sólo es una terapia, no te pases de la raya.
Volvió al sofá y se echó tranquilamente, intentando relajarse. Alex siguió con su cuestionario y ella contestó a todo con sinceridad, pasando por un montón de temas, sintiéndose más calmada a cada momento.
- Esto me está viniendo bien. - confesó Belén. - Creo que yo también debería ir al psicólogo de vez en cuando. - bromeó.
- O a lo mejor deberíamos ser amigos de verdad. - ella abrió los ojos y le miró. - En serio lo digo Belén, me caes bien, prácticamente sabes mi vida, y creo que podría soportar tus rarezas, me parecen divertidas. - la miró con media sonrisa que ella le devolvió. - ¿Por qué no? Dame una razón.
- No tengo ninguna razón para no ser tu amiga. - le confesó.
- Genial, porque se ha acabado la hora de la consulta y me gustaría seguir con esta conversación. - se levantó del sillón. - ¿Te parece que no esperemos a la semana que viene para volver a vernos?
- Pues... - se incorporó del sofá y le miró desde abajo. Parecía realmente emocionado con la idea. - Está bien, acepto. ¿Qué propones?
- Quedemos el fin de semana. Llévame a esa playa de la que me has hablado y enséñame tus rincones favoritos. Quiero que estemos en un lugar cómodo para ti, para que te cueste menos soltar la bata. - bromeó. - ¿te parece bien?
- Sí. Te llamo y te digo el lugar.
- Perfecto.
Alex sonrió ampliamente y se despidió de ella con incluso más alegría de la que la había saludado. Ella se quedó sentada en el sofá, mirando como se cerraba la puerta. Pensó en aquella hora y se sintió bien. Había compartido sus miedos y sus sueños con él y él la había escuchado atentamente, comprendiéndola, e incluso sintiéndose identificado con algunas de sus palabras. Justo después pensó en aquel chico de España, sentado delante del ordenador, suplicándole que no le dejara solo, que era lo único que tenía. Un sentimiento de culpabilidad le recorrió el pecho.
Alguna vez pensó en él como algo más que un amigo. Hubo un tiempo en que la hizo sentir, la hizo soñar y la agarró con fuerza cuando peor se sentía. Pero todo cambió y su pecho se llenó de decepción y miedo, un miedo incluso mayor que el que ya tenía, puesto que aún no había terminado de empezar a confiar de nuevo cuando volvió a perder todo lo que había conseguido recuperar. Por eso le costaba soltarse con Alex, con él y con cualquier chico. No le costaba hacer amigos, pero se apartaba en cuanto pensaba que podían profundizar en ella.
Llegó a casa con una idea fija, hablar con él de una vez, serle sincera y como diría su pepito grillo particular, coger el toro por los cuernos.
- Ya lo sabía. - le dijo él.
- ¿El qué sabías?
- Que me abandonarías por un griego. Terminarías haciéndolo por mucho que no quisieras.
- No empecemos. Primero, no es griego, es italiano.
- Peor...
- Segundo. - dijo obviando el comentario y resoplando para sí. - No te estoy abandonado, sólo digo que vamos a intentar ser amigos.
- Ya... amigos...
- No sé para qué te cuento nada. Sabía que pasaría esto.
- ¿El qué?
- Que no lo entenderías. Nunca te alegras de lo que me pasa.
- ¿Cómo me voy a alegrar de que te vayas con otro?
- Otra vez... mira, da igual. Paso. Yo no te voy a abandonar, pero voy a seguir con mi vida. Lo siento.
- Tú allá...
Belén cerró el ordenador con rabia y se dirigió al balcón, que era su lugar de desahogo. Cerró los ojos y se limpió las lágrimas con agotamiento. Ella siempre estaba para él y apenas encontraba nada en él cuando lo necesitaba. Le quería, le adoraba y nunca lo abandonaría, pero estaba cansada y quería dar un paso al frente de una vez. Alex era sólo un amigo, pero iba a dejar de cerrarse en banda como lo hacía siempre, tanto con él, como con cualquiera. Quería dar un giro a su vida, coger la alfombra y dejar de soñar despierta. Iba a a divertirse, porque sufrir, ya había sufrido bastante.
Gracias Ana, no se como darte las gracias por hacerme este favor, por diversos motivos no puedo hacerlo en el mio... pero es una historia preciosa que mi amiga Sofi me ha regalado... queria enseñarsela al mundo y pense hacerlo desde tu blog...
ResponderEliminarQuiero que todo el mundo vea como escribe Sofi, es la ilusion de su vida el escribir y yo la voy a ayudar a ello... asi que quien entre aqui y lea estas letras si me puede hacer el favor de transmitirlo boca a boca el decir mira en el blog de Ana hay una historia preciosa pasad a leerla...
Mil gracias hada... ves, por eso eres ese hada... que concede favores...
Belen.-
Por cierto se me olvido decirlo, esta es la primera parte de ese relato.... y como toda buena obra,.... mañana continuara.....
ResponderEliminarBelen.-
Muchas gracias, Ana, de corazón. Es un honor. Y bueno, que ella ya lo sabe pero que se la he escribí a Belén con todo el cariño del mundo y que me hace muy feliz que le haya gustao tanto como para querer compartirla con el mundo. A mi me vale con su sonrisa, ya lo sabe.
ResponderEliminarGracias de nuevo.
¿Mañana más?, en fin, todo lo bueno se hace esperar.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho.
Sofi, Belén si os vale de algo han entrado a verla 22 personas. No está pero que nada mal.
ResponderEliminarUn placer. Además es una historia preciosa Sofi, muy bonita. Y si Rosa mañana la segunda parte. Por fin sabremos si la historia de Belén y Alex llega a buen puerto.
Un beso enormeeeeeeeeeee para las tres.
Buenos dias, preciosa historia de Belen y muy bien narrada, Sofia me han hablando ya de ti y de lo bien que escribes y lo acabo de comprobar.
ResponderEliminarEnhorabuena bonita
Un beso
Africa.-