Las cortinas de Mi Rosa de los Vientos se vuelven a abrir para la 2ª parte de esta historia tan bonita de la Doctora Belén y Alex...
TACHÁNNNNNNNNNNNNNNN
El sábado tardó más en llegar de lo que a Belén le hubiese gustado. Estaba ansiosa por salir y empezar su “nueva” vida. Pensaba llevar a Alex a varios de sus lugares favoritos, y sobretodo pensaba reír y reír como nunca. Iba a usar aquella terapia como suya propia.
Se sorprendió mirándose al espejo para que todo estuviera perfecto. No era una cita, pero hacía mucho que no salía con nadie de esa forma y estaba de los nervios. Cuando por fin estuvo lista, se puso en camino hacia dónde había quedado con Alex.
Él estaba allí, en el paseo, apoyado sobre una vaya mirando su móvil. Miró hacia ella como si la hubiese presentido y le sonrió. Se le achinaron los ojos al hacerlo y a ella le hizo gracia. Últimamente veía en él cosas que nunca había visto, pero que siempre intentaba obviar y dejar que pasaran a un segundo plano.
- Buenas tardes, señorita. Está usted muy guapa.
- Gracias. - se ruborizó un poco, hacía tiempo que no le hablaban así. - ¿Qué tal todo?
- Bien. - se encogió de hombros. - Bueno, si te refieres al sueño... no hay manera. Así que llévame a correr una maratón o algo así porque quiero caer rendido.
- Espero conseguirlo. Si no, tengo un plan b. He traído una sartén para darte con ella al final de la tarde. Así seguro que duermes. - bromeó.
- Genial, estás en todo. - se rió él. - ¿Dónde vamos primero?
- A pasear por la playa. - Belén se descalzó con agilidad y se metió en la arena. - Me encanta pasear por la orilla. ¿Vienes?
- Por supuesto. - le sonrió y la siguió descalzándose antes.
Dieron un largo paseo por la playa mientras charlaban el uno del otro. Aún calentaba el sol y era agradable sentir el agua en los pies. Ella podría haber dicho que Alex era divertido, pero aquella tarde sintió que ella lo debía ser mucho más porque él no paraba de reír a su lado.
El segundo paso fue ir a tomar un helado al paseo. Una gran copa de helado que compartieron entre más confidencias. Cuánto más se conocían, más querían saber uno del otro.
- ¿En serio te gusta Asia? - preguntó Belén sorprendida.
- Por supuesto. Me parece un continente alucinante. Estoy deseando visitarlo.
- Yo también quiero ir. - le aseguró. - Me fascina. Y a los Fiordos. Me encantaría conocer todo aquello. Ojalá algún día tenga tiempo y dinero.
- Lo tendrás. Cumplirás todos tus sueños porque todos son muy lindos, y porque te lo mereces.
- Gracias. - Belén agachó la mirada y la concentró en su copa de helado. Intentó que no notara que se le habían encendido las mejillas.
- ¿Por qué? Gracias a ti. No creo que haya muchos psicólogos que se tomen estas molestias por un paciente.
- Siempre suelo meterme demasiado en las historias de mis pacientes, aún así, tú ya no eres sólo un paciente. Estamos siendo amigos ¿no?
- Claro.
Él volvió a sonreír con alegría, como cada vez que mencionaban la amistad entre los dos. Según le había contado a Belén, nunca había tenido amigos de verdad. Siempre conocidos y gente de las escuelas, la universidad y el trabajo. Personas con las que salía a divertirse pero que nunca se paraban a escucharle. Parecía muy relajado y contento aquella tarde. Belén se sentía bien por intentar ayudarle.
La siguiente parada fue un poco más adelante sin dejar atrás el paseo. Los dos se sentaron a ver la puesta de sol completamente en silencio. Y hasta el silencio fue bonito entre ambos. Belén cerró los ojos y dejó que los sonidos de su alrededor la envolvieran. Cuando volvió a abrirlos, Alex la miraba con una sonrisa torcida.
- Realmente disfrutas con todo esto ¿verdad? - él expandió sus brazos para señalar toda la playa.
- Lo adoro. - aseguró ella.
- Está bien, pues luego volveremos. Pero ahora vamos a cenar. Aunque eso lo elijo yo.
Alex la llevó a un restaurante unas calles más allá. Era un lugar escondido y pequeñito que ella no había visto jamás. La puerta era tan pequeña que ambos tuvieron que agacharse al pasar. Dentro todo era piedra y madera. Estaba llenísimo de gente y olía súper bien. El chico saludó al camarero y después al chef que pronto les buscó una mesa para dos.
- ¿Has notado que tienen el mismo acento que tú?
- ¿El mismo que yo? - se sorprendió ella. - ¿Quieres decir que son españoles?
- Sí. Fíjate en los carteles. Es un restaurante de comida española. Me dijiste que echabas de menos la comida ¿no?
- Bueno, mi madre cocina comida española pero sí, echo de menos la comida de España.
- Pues toma. - le pasó la carta. - Elige lo que quieras.
Al mirar la carta, Belén se llenó de alegría. Era como teletransportarse en el tiempo y en el espacio. Como estar en cualquier restaurante de la costa de Cádiz o de Málaga. Le apetecía todo y no sabía que elegir, así que él pidió medias raciones de todo un poco para compartir.
- Estaba todo para chuparse los dedos. - le aseguró él.
- ¡Sí! Buenísimo. Tengo que traer aquí a mi familia.
- Me alegro de que te haya gustado. - le dijo él mientras salían por la puerta despidiéndose de los camareros.
- Me ha encantado. Pero hay que bajar esto. - se tocó el estómago. - Conozco un buen sitio.
- ¿A qué está cerca de la playa?
- Si.
Ambos rieron y se pusieron en camino. Belén hablaba de un local a los pies de la costa que no estaba muy lejos de allí. Al llegar se sentaron en un buen sitio en la terraza dónde podían oler perfectamente el aroma del mar y si se concentraban, hasta oír las olas.
Después de una copa, Alex la convenció para salir a bailar a la pista. Al principio se había negado, pero una vez en ello, se lo estaba pasando de miedo. No sabía si era porque lo acaba de conocer, o porque realmente era así, pero el chico, cada vez le parecía más especial.
Al volver a la mesa, Belén revisó su móvil y descubrió en él varios correos. Todos de la misma persona, y todos con el mismo mensaje. “No estoy bien, me gustaría que estuvieras conmigo. Pero da igual, pásalo bien”. Miró a la playa con la mirada ensombrecida y las lágrimas a punto de caer. Tragó con fuerza y se levantó para salir del bar sin decir nada. Una vez fuera, se sacó los zapatos y volvió a su arena, adentrándose poco a poco en la oscuridad de la playa. Cuando por fin notó el agua en sus pies, también lo notó en sus mejillas. Maldijo en voz alta y se tapó la cara con las manos, llorando con rabia.
- Belén ¿Qué ocurre? - Alex estaba detrás suya y parecía preocupado. - ¿Por qué lloras?
- Déjame sola, por favor.
- ¿He hecho algo malo?
- No. Pero vete. Necesito estar sola.
No oyó contestación, no oyó nada, pero se sintió sola de nuevo. Se quitó las manos de la cara y miró al mar, con la luna reflejada en él y un millón de estrellas sobre su cabeza. Se sintió agotada y perdida. Quería gritar de pura rabia. Respiró profundamente e intentó calmarse. Se sobresaltó cuando alguien rozó su mano y miró hacia atrás con un grito ahogado.
- Tranquila, soy yo. - Alex no se había ido. - Lo siento, no puedo dejarte así. - se acercó más a ella aún sujetándola de la mano como si fuera a romperse. - Vamos, desahógate si lo necesitas, pero no pienso abandonarte.
Ella le miró rota de dolor y deseó que aquel chico del ordenador hubiese sido así de comprensivo y cortés. Lo apartó de su cabeza con una sacudida y sin pensarlo se abrazó a Alex llorando. Él se quedó en silencio, como en la puesta de sol, dejando que ella dejara que saliera todo aquello. Le acarició el pelo cuando se estaba calmando y dejó que poco a poco ella se recuperara.
- Ven, quiero enseñarte una cosa. - la llevó de la mano hasta un lugar más apartado dónde la luz de la ciudad no llegaba con tanta fuerza y el cielo parecía poder tocarse con los dedos. - Siéntate aquí conmigo. Vamos a disfrutar de este cielo, de este silencio. Si es silencio lo que necesitas...
Belén se sentó sin decir nada, y estuvo así durante unos minutos. Luego se sintió con fuerzas y le contó toda la historia de aquel chico, con sus cosas buenas y sus cosas malas. Absolutamente todo lo que pensaba y todo lo que sentía. Cuando terminó parecía que se había vaciado por dentro.
- No es justo que pague sus males contigo. Pero aún así, eres libre de elegir. Y si sigues a su lado es porque le quieres y quieres ayudarle. - ella asintió casi sin ganas. - Eres una buena persona, pero debes dejar que se meta en tu vida de esa manera, que intente arrastrarte así con él.
- Eso dicen mis amigas y sé que llevan razón. Pero no puedo evitar sentirme así.
- Tranquila. Poco a poco irá pasando. ¿De acuerdo?
- Sí.
Belén le regaló una sonrisa casi imperceptible. No se sentía con fuerzas de estar feliz, sonriente. Alex se tumbó en la arena y le pidió que hiciera lo mismo. Estuvieron un rato mirando el cielo. Él la intentó distraer enseñándole todas las constelaciones que se sabía y alguna que ella pensó que se estaba inventando.
- ¿Has visto eso? - preguntó él señalando al cielo. - ¡Un estrella fugaz! - ella asintió algo más sonriente. - ¡Vamos, pide un deseo!
Ella cerró los ojos con fuerza y deseó con todas sus fuerzas ser feliz.
- No abras los ojos aún. - le pidió él. - Sigue ahí, visualizando tu deseo. Mi madre dice que si eres capaz de imaginarlo con claridad, se cumplirá seguro.
- De acuerdo.
Belén apretó los párpados con fuerza y vio a toda su familia con salud, a su hermana ser muy feliz. Se imaginó en España, compartiendo unas copas y muchas sonrisas con sus amigas, y de repente, vio a Alex, mirándola sonriente, como siempre que entraba a la consulta. Como si le estuviera pidiendo permiso para entrar en su vida. Intentó dejar la mente en blanco, concentrándose en las olas, en la brisa del mar, en el frescor de la arena...
- ¡Belén! ¡Belén, despierta!
Belén abrió los párpados poco a poco, y notó como le cegaba la claridad del día. Le dolía la espalda y sentía frío. El ruido se había apoderado de la ciudad unos metros más allá y los pájaros volaban de un lado a otro cantando con alegría.
Miró hacia a la izquierda y vio a Alex de rodillas a su lado, con toda la ropa llena de arena. Sonreía de oreja a oreja y la agitaba por los hombros. Tenía el pelo alborotado y los ojos hinchados.
- ¡Mierda! ¡Me he quedado dormida!
- ¡No! - gritó él con alegría.
- ¿Cómo que no? Es de día. - se irguió hasta quedar sentada y señaló a su alrededor.
- Digo que no te has quedado dormida ¡Nos hemos quedado dormidos! - se levantó de un saltó y tiró de ella para levantarla también. - ¡He dormido, Belén! ¡Durante toda la noche!
- ¿En serio? - Belén le miró con media sonrisa.
- ¡Sí! ¡Por fin! ¡Lo has conseguido!
Ella no pudo contestar, de repente se encontró dando vueltas en el aire sobre los brazos de él y no pudo evitar reír contagiada por la alegría del chico.
- Me duelen los brazos y las piernas, pero me da igual. - confesó dejándola de nuevo en el suelo. - Por fin he descansado.
- Me alegro. - ella le sonrió realmente complacida. - Vas a tener que traer la cama aquí. - bromeó.
- Si fuera eso, la traería seguro. Pero no es eso, eres tú.
La miró con intensidad y ella sintió un escalofrío en el estómago. Hacía tanto que no sentía aquello que miró hacia otro lado y vio un reloj a lo lejos.
- ¿Esa hora es? - preguntó en alto.
- Sí. - le respondió él confirmándola en el reloj de su muñeca. - ¿Por qué?
- Porque mis padres me van a matar. Quedé en ir con ellos a pasear esta mañana y todavía me tengo que duchar y todo. Voy a llegar tardísimo.
- Entonces venga, pongámonos en camino.
Alex recogió lo poco que tenían esparcido por la arena y la agarró por la muñeca para correr hasta el paseo. Luego hicieron lo propio hasta cerca de la casa de Belén. Él parecía pletórico, como si dormir una noche le hubiese recargado la batería para siempre.
- Ya hemos llegado. - dijo ella recuperando el aliento.
- Bien. Aún te queda tiempo.
- Poco pero sí, tengo que darme prisa.
- De acuerdo, no te entretengo más. Mañana te llamo a la consulta. Espero poder decirte que he dormido toda la noche.
- Yo también lo espero.
Él chico le sonrió y se alejó de ella casi echándose a correr.
Belén se llevó todo el domingo pensando en la tarde anterior. No podía quitarse de la cabeza todos los momentos que había compartido con Alex. Ni por desgracia, los correos de aquel chico... Aún así, se sentía diferente, tranquila, segura.
Por la noche lo compartió todo con sus amigas que se alegraron tanto como ella. Ya querían conocer a aquel muchacho de gran sonrisa.
También habló con él. Aún seguía dolida, pero Alex tenía razón. Había elegido seguir a su lado con todas las consecuencias. Le contó todo sin remordimientos y esta vez no le importaron sus comentarios llenos de sarcasmo.
- Estoy y estaré siempre para ti, pero debes comprender que esta es mi vida y la quiero vivir.
Al día siguiente, le costó concentrarse en todo. Sólo sabía mirar el móvil, desear que llamase cuanto antes y que le dijera que había logrado dormir aquella noche también. Pero no lo hizo. No supo nada de él en toda la mañana.
Empezó a ponerse nerviosa, a empezar a pensar cosas raras que ella misma se había negado. Pero su inseguridad empezó a apoderarse de ella de nuevo.
Al terminar la jornada recogió sus cosas apesadumbrada y se fue cabizbaja. La voz de aquel chico en la pantalla del ordenador pareció resonar dentro de ella, diciéndole que ya se lo había advertido, que era una ilusa y los cuentos de hadas no existían.
- ¿Por qué estás tan seria?
Miró hacia arriba y vio a Alex tal como lo había imaginado en su cabeza tras la estrella fugaz. Tan feliz y sonriente que irradiaba buen humor.
- Estaba preocupada por ti. - le confesó ella. - Como no llamaste pensé que no habías dormido.
- Y no he dormido.
- ¿No? - Belén se sintió mal por él. - Lo siento.
- Pues sí, deberías sentirlo porque tú tienes la culpa.
- ¿Qué? - ella le miró sin comprender y él de un salto se puso a su altura.
- Tú tienes la culpa porque me he llevado toda la noche pensando en ti.
Ella sintió un frío intenso en la espalda y las rodillas le temblaron justo antes de que él apoyara su mano en su mejilla y la besara con ternura.
- Siento decirte que has perdido un paciente. - le susurró muy cerca. - Pero sólo porque quiero que haya muchos más sábados como el pasado. Y porque quiero que todos esos sueños y viajes que tienes en el alma, los compartas conmigo.
Belén se sintió mareada. Se le secó la boca y notó como el corazón le latía fuerte y rápido en el pecho. Se agarró a los hombros de él y notó que no podía ni contestar. Era todo mucho mejor de lo que jamás había imaginado. Se sentía terriblemente asustada pero jamás había tenido tantas ganas de superar un miedo como aquel. Notó como si se abriera la caja dónde guardaba todas sus ilusiones y todos sus sueños y volviera a creer y a tener fe.
- ¿Te gusta la idea? - preguntó él y ella tragó saliva con fuerza. - Te aseguro que España está en todo eso que quiero compartir contigo.
Ella se echó a reír y a llorar a la vez y cómo no tenía palabras para contestarle, le devolvió el beso y se abrazó a él como hacía dos noches, entregándole todo lo que era ella, sus miedos y sus ilusiones, porque en él había encontrado un lugar seguro dónde apoyar sus sueños.
Gracias Ana.... muchisimas gracias ufffff
ResponderEliminarEs una historia preciosa, gracias por compartirla.
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